Siempre que escuchaba entrevistas o leía artículos sobre personas “exitosas” me llamaba la atención que enumeraban una lista de hábitos que seguían cuidadosamente. En algunos casos se trataba de prácticas espirituales como la meditación, en otros de alimentación o de actividad física, pero no podía explicarme cómo la cantidad de litros de agua bebida o la hora en las que una persona se levanta puede relacionarse con el secreto de su éxito. A simple vista, me costaba identificar qué tenían que ver con los negocios o proyectos en los que se habían destacado.
En esa época, la única variable que yo relacionaba con el desarrollo profesional era el trabajo y más trabajo. La única capacitación que servía para mí era la que se relacionaba con cuestiones técnicas de mi carrera y creía que todo el tiempo que no dedicaba a mi trabajo me alejaba de mis metas.
Pero estas historias seguían rondando en mi mente y fue mucho después, cuando comencé a interesarme en el mundo del coaching y las neurociencias, que pude percibir más cabalmente a las personas como un todo. Somos cuerpo, mente, lenguaje y espíritu. No podemos “tener éxito” si solo nos ocupamos en una parte de nuestro ser. Entendí que cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu es una forma de conseguir y mantener la energía para crecer en nuestro negocio o nuestra profesión.
Por otra parte, comprendí que las acciones aisladas son mucho menos eficientes que cualquier práctica consistente. Si no, preguntale a un atleta si sus logros tienen que ver con entrenar muchas horas antes de competir o con las actividades de su rutina diaria. Ya te imaginas la respuesta.
Otra cosa que aprendí, es que no se trata de imitar todos los buenos hábitos de esas personas que admiro. Tendría que volverme una especie de monje zen cumpliendo un montón de prescripciones que no son mías. Pero sí es necesario revisar mis hábitos y ver si me acercan o me alejan de mis metas.
¿Cómo empezar?
- Lo primero es identificar nuestros hábitos. Porque claro, ya tenemos algunos. ¿Cómo nos sentimos al respecto? ¿Cómo contribuyen a nuestro bienestar?
- Para que esta identificación esté lo menos sesgada posible, creo que es importante registrarlos durante un tiempo. Puede sorprenderte encontrarte con tus hábitos por escrito.
- ¿Son funcionales con la vida que querés construir? Una cosa que creo fundamental, aunque no es el objeto de este artículo, es que nuestras metas y objetivos tienen que ser orgánicos con la vida que deseamos. Entonces, si nuestros hábitos no acompañan ese plan, tenemos que ver cómo modificarlos. Yo puedo desear incorporar la meditación, pero si salgo a trabajar a las 7 de la mañana y no puedo dormir antes de la medianoche, ¿tiene sentido levantarme antes a meditar o voy a estar más cansada? Quizás pueda hacerlo en otro momento del día.
- ¿Qué hábitos deseas incorporar? ¿Y cuáles eliminar? Decidirlo es un primer paso. No enloquecer para hacerlo todo junto, es vital. Priorizar e ir generando modificaciones de a poco, es imprescindible.
Una vez que hiciste este análisis y tenés tu lista ordenada de hábitos a incorporar (o eliminar), preparate a hacerlo con paciencia. Hay muchas fuentes que dicen que un hábito se adquiere en 21 días, pero este es un número arbitrario. Los hábitos llevan tiempo y dedicación. Te sugiero leer algunos de los muchos libros sobre el tema, entre los que puedo recomendar “Hábitos Atómicos” de James Clear.
Acá te comparto sus sugerencias a la hora de incorporar / eliminar hábitos, que denomina “las cuatro leyes del cambio de conducta”.
- Hacerlo obvio
- Hacerlo atractivo
- Hacerlo sencillo
- Hacerlo satisfactorio.
El autor profundiza en cada una de ellas y cómo impactan en la adquisición de hábitos y, por contraposición, cómo podemos utilizar su forma opuesta para eliminar aquellos que consideramos negativos.
Espero que te sirva y, seguramente, seguiré profundizando sobre este tema, no solo porque me resulta interesante sino porque creo que son las pequeñas cosas que hacemos cada día las que construyen el mundo que queremos vivir.